Iquitos, 14 setiembre 2017
Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
“El doctor me quiere enviar a
Lima, pero yo no quiero ir”. Quien hace esta rotunda afirmación es María
[nombre ficticio], una indígena kukama rondando los 60 años, con un diagnóstico
de leucemia. Ya estuvo más de un mes en Lima en neoplásicas y su experiencia no
fue todo lo grata que le hubiera gustado. No es cuestión de malos tratos. Al
menos, no conscientemente. Lo cierto es que María se resiste al consejo del
doctor de viajar a Lima, y no es la única. Desde el punto de vista occidental
esto equivale a una muerte segura. Muchos pacientes prefieren “morir en casa” antes
que tener que viajar lejos de los suyos. Anotemos, a vuela pluma, algunas de
las resistencias. Una nota tan breve sólo puede sugerir. La importancia de la
sangre en pueblos indígenas daría para un tratamiento mucho más extensivo, que
no vamos a tener en cuenta acá.
1.
Los
afectos son importantes en la vida. Y cuando la vida se endurece más de lo
debido aflora la afectividad. Le añadimos que, para los pueblos indígenas, no
hay separación entre razón y emoción, una dicotomía tan cara a occidente. Ambos
se asientan en el corazón y ambos están imbricados mutuamente. Siempre, pero
especialmente, en los momentos decisivos de la vida los afectos juegan un rol
preponderante. El cuerpo siente.
2. Para
los indígenas, el trato continuo es lo que nos hace humanos. Pero no humanos en
general, sino de un grupo determinado. De tal manera que el contacto con
extraños, una comida extraña, un habla extraña, un paisaje extraño, una
temperatura, olores, sensaciones… a la que no estás acostumbrada, provocan una
transformación: una forma de “hacerse blanco”, que en este caso concreto María
no desea. Cuando una persona se enferma utiliza el “sistema de salud”
(hospital, chamánico, alternativo…) que más seguridad le ofrece. Y ahora, por
múltiples motivos, el hospital no le ofrece mucha confianza, prefiere estar
cerca de los suyos.
3. La
distancia genera olvido. Y Lima está muy lejos para una familia que vive en
Iquitos. Es temporal, no es definitivo. Pero la distancia disminuye los apoyos
afectivos. Los teléfonos ayudan, pero la presencia es fundamental (y todavía no
hay teletransportación).
4. La
distancia, además de la separación afectiva que hemos señalado, también disminuye
el apoyo económico. En la última visita que le hicimos a María, sus familiares
estaban realizando una parrillada para hacer un poco de dinero. En su anterior
estadía en neoplásicas en Lima le trataron todo lo relativo al cáncer. Pero
María es, también, diabética. Para esta afección el hospital no le ofreció
ayuda y sin una red familiar cercana y fuerte, ¿cómo comprar las medicinas
adecuadas? La especialización de los hospitales tiende a ver al enfermo como un
cuerpo afectado por una enfermedad localizada, no como una persona que necesita
una intervención integral.
5. En
los grandes hospitales la tentación es tratar a los pacientes como un número
más, sin rostro, por más que pongan tus datos a pie de cama. Además, la
medicina hospitalaria trata al enfermo como un cuerpo. Y no todo el cuerpo sino
como una afección localizada en una parte específica del cuerpo. Te tratan de
cáncer, pero no pueden hacer nada con tu diabetes, para seguir con el ejemplo
de María.
6. “Si
me muero, más gasto para traerme de nuevo a Iquitos”. En resumen, prefiero
quedarme en mi casa, con mis familiares.
No nos parece que sea muy difícil
de comprender esta postura. Es perfectamente racional y razonable en un modo de
pensar indígena. Lo cual plantea que vivir en un país con múltiples culturas
conlleva un tratamiento diferente de las instituciones públicas para poder
atender a todos los pacientes, no sólo a unos cuantos. Y para poder hacerlo hay
que adecuar políticas públicas que incorporen otros saberes, otras visiones de
la vida, otras antropologías. Si María tuviera la seguridad que algunos de
estos requisitos se cumplieran viajaría a Lima. Ella sabe que su vida se acorta
y ama su vida. La disminución de plaquetas le acarrea un cansancio mortal, ella
lo sabe y lo siente. Pero desea evitar la soledad generada por la separación.
Para los indígenas cuando una persona se siente sola es visitada por espíritus
que le invitan a transformarse en uno de ellos: la muerte como una
transformación.
Probablemente, si decide no
viajar a Lima, María morirá pronto. Sus familiares la llorarán, dudamos que
nadie más lo haga. Su caso desnuda una realidad: un país centralizado, con
pocas oportunidades en provincias y un sistema público de salud desconocedor y
de espaldas a su población indígena. ¿Habrá servido su caso para replantear el
sistema de salud? Dejémoslo como interrogante, aunque nos alberga la
incertidumbre. María es uno de los millones de indígenas que habitan las
ciudades peruanas.
Algunos amigos, que escriben
mejor que nosotros, y han experimentado un cáncer, en carne propia o de su
familiar más cercano, podrían ensayar una experiencia tan dolorosa como el
cáncer, el sistema de salud peruano, las diversas racionalidades y los avatares
por los que tienen que transitar.