Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
Agustinos - Iquitos
La presente nota es una lectura personal de: REYES RAMÍREZ, Carlos (2022), Ukamara. Ojo de serpiente, Pakarina Ediciones, Lima.
Nada más recibir el libro de manos del poeta nos
impresionó la poderosa dedicatoria:
“A los amigos.
A los que lloran fuego y explotan
desde sus pulmones en soledad.
A los que demandan oxígeno en las
ciudades y en las comunidades rurales.
A los sobrevivientes”.
El siguiente movimiento instintivo nos condujo a la última página, donde vuelve a ser muy significativo:
“Escrito en Iquitos-Perú, entre
2020-2021,
Años de pandemia por el SARS-CoV-2.
(Para los que lean este libro antes
y después de pestes y hambrunas)”.
Este es el contexto del poemario. La ciudad de
Iquitos fue la primera en enfrentarse con la pandemia en Perú. No estábamos
preparados y la falta de oxígeno se convirtió en una metáfora de la Amazonía
olvidada y dañada a base de corrupción, malas prácticas e intereses subalternos.
En estas circunstancias muy adversas, Carlos Reyes, se dedicó a crear. Del caos
social en el que estábamos inmersos ha sido capaz a organizar orden, belleza.
No es el orden de los poderosos. Su poesía se nutre de ausencias. Vale más un
poemario de Carlos Reyes que cientos de historias oficiales.
Una historia que combina cronología con
memoria. Una cronología que recoge acontecimientos arrinconados al olvido,
cuando no tergiversados en nombre de un progreso que arrasa con la selva. Se
pueden ver ecos de la época del caucho, la matanza de los matsés, migraciones a
la ciudad… con referencia a los mitos. Ambos, cronología y mitos, se aúnan,
habitan en el mismo presente, como la amazonía misma. Una manera vigorosa de desautorizar
a quienes opinan que los indígenas viven en otro mundo, fuera del presente.
En el último poema del libro enlaza las
“historias de latrocinios en las selvas del Putumayo y del Yavarí-Mirim” con
“las historias de los abuelos [donde] el jaguar persigue al armadillo… “tío,
raíz has agarrado, de la anciana que devoraba niños gordos como los cerdos
salvajes”. Historia no contada y mitología que sigue vigente. Dos componentes
básicos para cualquier ejercicio de interculturalidad en un país que excluye a
los indígenas.
Un paso más. “Conversaban dos pájaros” [pág.
13]. “Y el pájaro ahí, sobre las guabas, explicando, contando la historia que
desconocemos” [pág. 60]. Poetas y narradores de mitos confluyen. Los pájaros
hablan y narran historias. Los kukama, que habitan ancestralmente el territorio
geográfico de Ucamara, dicen que aprendemos el habla del paucarillo y la
mullaca, entre otros. Por eso, antes que un niño comience a decir las primeras
palabras hacen que sus hijos coman sesos de paucarillo, limpian sus oídos con
su pluma y revientan mullaca en su boca. De esta manera explotan las palabras.
El poeta sobrepasa el estatuto científico y apela a una verdad que va más allá:
el lenguaje y las explicaciones importantes para la vida también provienen de los
pájaros. Hay que saber escucharlos. No son, por tanto, metáforas, es la
realidad. Una ontología donde otros seres, en este caso pájaros, poseen la
facultad del lenguaje y además nos explican la historia que desconocemos. La
poesía nos ensancha el horizonte.
El poeta busca la belleza en Ukamara. Un
término que hace referencia a la depresión generada por la confluencia de los
ríos Uca[yali] y Mara[ñón]. Un territorio poético, que va más allá de lo
geográfico: “ojo de serpiente”. Esta búsqueda de la belleza se convierte en una
exploración de sentido y redención. Un espacio concreto donde mirar el
desarrollo de la vida. Un anclaje con los pies en el suelo. Esto le permite una
lectura del espacio en contraposición al extractivismo, una mirada compasiva,
serena y esperanzada. Una mirada generadora de belleza, de contemplación de la
vida.
Los años 2020-21 quedarán cosidos a la
pandemia. Sin embargo, también se tejieron con hilos de belleza algunas
palabras que persisten plasmadas en este poemario. Unos poemas que hablan de
los que habitamos la selva en un presente donde confluye historia y mito: ambos
nos permiten comprendernos y resistir. Resistir para mirar esperanzadamente la
vida, para tejer redes con humanos y no humanos que sobrepasen la pandemia
extractivista.