Iquitos, 10 de octubre de 2016
La onda expansiva de la guerra
alcanza mucho más allá del campo de batalla. En el distrito de Parinari, a unos
100 Km. de Saramurillo, distrito de Urarinas, provincia y región Loreto, una
dirigente mujer es coaccionada para participar en el paro. Los rumores, que
nunca son ingenuos ni inocentes, tratan de canalizar la opinión pública y es
tal la coerción que es difícil sustraerse a ella. Sin embargo, otro grupo le
presiona para que no participe. Los niveles de stress están disparados. De
igual manera sucede también en el distrito de Urarinas. Pero no son los únicos.
El resto de participantes de los ríos Pastaza, Tigre, Corrientes y Chambira
están pendientes de Saramurillo. La tensión es máxima. El desenlace está por
escribir. Los actores son múltiples y no hay soluciones precocinadas. Las
buenas intenciones no siempre son buenas consejeras, por no recordar aquello
que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”.
© Barbara Fraser, octubre 2016, Saramurillo
DE AQUELLOS POLVOS VIENEN ESTOS
LODOS
En estos momentos, Saramurillo no
es únicamente un punto en el Marañón. En esta comunidad nativa kukama hay
personas de todos los ríos afectados por la actividad petrolera. Para
comprender los hechos hay que tener en cuenta varias cuestiones: algunos
dirigentes han sido encarcelados por defender sus derechos, y fueron absueltos
de los cargos que les imputaron; los territorios indígenas han sido fuertemente
impactados; el Estado dejó la actividad petrolera en manos de las compañías y a
éstas sólo les interesaba extraer petróleo, no les importaba la rabia que se
iba incubando; las negociaciones por el lote 192 han sido insatisfactorias; ya
no es suficiente que les “den cosas”, ahora exigen una actividad petrolera en
otras condiciones; quieren ser interlocutores de igual a igual. No seamos
ingenuos: las petroleras han influido poderosamente en las leyes peruanas y en
que no se cumplan, se han sentido superiores al Estado peruano que ha pactado
en los términos dictados por las petroleras.
La crisis de Saramurillo
visualiza un gran fracaso de la política, comprendida ésta como el interés por “el
bien común”. Los indígenas exigen una ley de monitoreo ambiental, algo
absolutamente justo. Perú no tiene una ley de límites máximos permisibles de determinados
metales pesados, lo cual permite a las petroleras campar a sus anchas. Si se
privilegia los intereses de los grandes y no se legisla, el resto de
performance que pueda realizar el Congreso no sirve para nada. De manera
similar sucede con el Ejecutivo. El gobierno anterior priorizó la refinería de
Talara, sin tener en cuenta el estado real del Oleoducto Nor-peruano. Hace poco
se llegó a un acuerdo con Ecuador para que pueda utilizar dicho Oleoducto. Estas
decisiones afectan extraordinariamente estos territorios indígenas por lo que
supone de continuar con la actividad petrolera. Escuchamos a los indígenas que,
en estas condiciones, no están dispuestos a que prosiga la extracción de
petróleo. No se les ha preguntado. Es preciso definir qué significa “interés
nacional”, cuando a los indígenas les queda metales pesados en la sangre
(Corrientes, Cuninico…). Qué decir del poder judicial. 40 años de actividad
petrolera y no hay sentencias firmes por esta actividad que, como todos
sabemos, ha sido irresponsable. Los únicos que han pasado por la cárcel son los
indígenas: caso Andoas.
Pero no echemos balones fuera. No
hay discusión sobre el modelo energético. Estos temas nunca entran en las
campañas políticas. Una ciudad como Iquitos está ajena a lo que sucede en
Saramurillo. Sin embargo, la región Loreto depende del “canon petrolero”: esa
anestesia que ha distorsionado, cuando no cegado, la mirada sobre lo que está
sucediendo. La distribución de la riqueza es injusta. No se puede depender del
canon, porque cuando cae la actividad petrolera tenemos una región ahogada
económicamente. El dogma del canon y sobrecanon, que nos machaca el Estado, no
corresponde al relato de la población. Más tarea para el Congreso: somos
ciudadanos, no participantes en “los beneficios” de la actividad petrolera. Los
municipios y el gobierno regional no saben lo que sucede, ni lo que está en
juego. En fin, que no existe un verdadero interés por “el bien común”.
Es tiempo de conversar. No somos
ingenuos, sabemos la dificultad que entraña. Palabras como “diálogo” están
cargadas culturalmente, además de reflejar ‘asimetrías de poder’, si no se
tienen en cuenta. El desafío que lanza Saramurillo es de tal envergadura que
merece la pena ser tomado en cuenta. Una solución que implique desmovilización
pero, no ataje los graves problemas existentes, se volverá en contra. Este
movimiento es imparable, es mejor tomarlo en serio. Estudiarlo detenidamente,
hacer propuestas que despejen las nebulosas todavía existentes, generar confianza
y, sobre todo, tratar a los indígenas como ‘nuestros iguales’, con capacidad
para negociar conforme a sus intereses.
LA IMPORTANCIA DEL DINERO
En todas las
discusiones aparece agazapado el tema del dinero, así que es mejor abordarlo,
aunque sea brevemente. El programa gubernamental Juntos lleva años repartiendo
dinero en la zona. ¿Ha servido para algo? Nosotros creemos que sí, para una
mayor intensidad en la penetración de mercancías. Ya desde antes, la actividad
petrolera venía repartiendo dinero en determinados lugares como Trompeteros y
Saramuro, fundamentalmente, pero no solo. El programa Juntos, aunque en
cantidades pequeñas, lo ha distribuido a la mayoría de las comunidades. Lo
cierto es que es difícil vivir en este mundo sin contar con dinero. La
gasolina, los celulares y las televisiones, por citar algunos ejemplos, están
regados por todas las comunidades. Maldecir o demonizar el dinero, aparte de no
servir para nada, implica suspender la reflexión, algo a lo que no estamos
dispuestos.
Es interesante
seguir el uso del dinero que se lleva a cabo en la zona, aunque excede esta
nota. Se compra un artefacto (frigorífico, DVD, equipo de sonido…) para
disfrutarlo y como garantía contra las dificultades. Si se enferma mi hijo,
puedo vender el artefacto y conseguir dinero efectivo que necesito para la
medicina (occidental o vegetal). A nadie debe escapársele el atractivo que
suponen los artefactos occidentales en pueblos indígenas, que después son
utilizados al modo indígena. Quede este cabo suelto que algún momento habrá que
retomar.
Prosigamos. De
vez en cuando, escuchamos despectivamente que los nativos buscan dinero. Este
tipo de comentarios traslucen, al menos, discriminación y romanticismo.
Discriminación porque detrás está la idea de que los nativos no necesitan
dinero. O que si tienen dinero no son realmente nativos. Esto no solo nos
parece perjudicial sino deshonesto. Utilizan el dinero para seguir siendo
nativos en este siglo XXI. Romanticismo, ya no son indígenas, antes sí que lo
eran. Seguimos buscando al “buen salvaje”, no contaminado, no relacionado con
el mundo actual. Esa entelequia no existe. Ya hace años que Said abordó el tema
del “orientalismo” y la construcción de Oriente por los occidentales.
“CONTAMINACION Y FIN DEL MUNDO”
En el Marañón se ha ido
introduciendo un nuevo término en los últimos 20 años: “contaminación”. Se usa
frecuentemente, aunque el significado sea ‘difuso’. Los profesores lo han ido
asociando a la basura; los activistas a la explotación petrolera, minera,
basura… Lo cierto es que la misma palabra genera malestar. No se comprende muy
bien lo que significa, pero el contexto sugiere que es algo peligroso, molesto,
dañino.
Los kukama no tienen una palabra
que defina esta nueva situación en su idioma. Suponemos que otros pueblos
indígenas tampoco tienen concepto, como mucho la habrán incorporado como
préstamo. Para pueblos indígenas se da una estrecha relación entre
comportamiento y cosmología. Cuando hay demasiado mal en el mundo, excesivo
ruido y faltan los recursos naturales el desenlace no es el cambio climático o
el deterioro ambiental, sino que se “voltea el mundo”: surgen las ideas
milenaristas y lo que los occidentales llamamos “fin del mundo” que, en
realidad, no es fin del mundo. Para el caso kukama, lo que sucede es que el
mundo “se voltea”: los que habitamos en la tierra pasamos a vivir debajo del
agua y los yacuruna -karuara-, que moran dentro del agua, pasan a habitar en la
tierra y comienza un nuevo ciclo. No es un fin del mundo, sino una
transformación y regeneración del mismo.
LAS TORPEZAS
DEL ESTADO
Hay municipios
en la zona. Pero los municipios son instancias administrativas que no cumplen
su rol político de buscar el bien común. Son manipulados por “asesores” de la
ciudad que terminan tirándose la plata en cuestiones banales. Tanto es así que
desconocen el tema, aunque se plieguen a última hora, pero continúan sin saber
de qué se trata.
Hay escuelas y
profesores. Pese a que ahora los profesores ya están titulados no ha mejorado
lo suficiente la educación. El ausentismo laboral es alto. La interculturalidad
no aterriza en las aulas y se necesitaría una mayor inversión en el sector. Por
poner un ejemplo: los profesores señalan que la contaminación se debe únicamente
a la basura.
Centros y
postas de salud. Existen varios. Pero el personal que trabaja en estos espacios
desconoce lo más mínimo de pueblos indígenas. Se quedan perplejos cuando una
persona acude por un dolor de cabeza originado por utilizar la ropa de otra
persona. No tienen herramientas para comprender que la ropa de otra persona
enajena a quien no es su dueño.
Jueces
letrados. Llegan a la zona e intervienen desconociendo las costumbres locales.
Son, además, utilizados para hostilizar a los enemigos. Es una manera nueva de manejar
la brujería. Y los jueces, que desconocen estas dinámicas, permanecen ajenos al
lugar, con ganas de salir cuanto antes a la ciudad.
En otras
palabras: los profesionales que salen de nuestras universidades tienen
únicamente una visión occidental que no les sirve para cuando trabajan en
pueblos indígenas. Desconocen lo más mínimo y, en lugar de ayudar, generan
dificultades. Es urgente que los profesionales que salen de nuestras
universidades tengan una visión intercultural. Es conveniente que los
funcionarios estatales, de todos los estamentos, comprendan lo que sucede y
tengan una visión positiva de pueblos indígenas que nos permita comprendernos
entre todos.
PRESIÓN SOBRE
EL ESTADO
Es hora de ir
concluyendo. ¿Por qué se dirige ahora la presión sobre el Estado? Cuando las
compañías petroleras estaban en una mayor actividad, el Estado –irresponsablemente-
se desentendió de las comunidades. Y si las petroleras querían trabajar, tenían
que realizar “concesiones” a las comunidades. A las petroleras les daba igual
lo que solicitaran las comunidades, se lo entregaban. Su pretensión era
continuar trabajando. En los últimos años, el Estado ha ido apareciendo
tímidamente. Con la caída del precio del petróleo y la disminución de la
actividad petrolera se recrudecen las quejas hacia el Estado. Y el Estado, que
ha permanecido dormido todos estos años, no sabe qué hacer ni cómo resolver la
situación. ¡Lamentable! Si hubieran cobrado más impuestos a las petroleras,
cuidado el medio ambiente, exigido una remediación efectiva y siendo estrictos
con las normas, ahora tendrían herramientas para manejar un conflicto que se va
a ir agudizando. Si el Estado continúa, con su incapacidad de comprender la
situación, las consecuencias serán imprevisibles. Estamos ante un desafío mayúsculo,
necesitamos estar a la altura de las circunstancias. Y los pueblos indígenas
terminarán ganando el desafío. Confiamos que no haya muertes de por medio y
evitar todo sufrimiento innecesario por retardar una solución del todo justa. No
debemos tener miedo a la verdad, una verdad que sea fruto de la justicia. Una
Comisión de la Verdad para los más de 40 años de actividad petrolera es del
todo justa y necesaria.
Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
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