martes, 11 de septiembre de 2018

SOBRE LA HIDROVÍA AMAZÓNICA: más allá del solipsismo…


Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas


Una vez que hemos colocado a la purahua como la realidad, es conveniente que sigamos avanzando en la propuesta. Esta nota, por tanto, es un complemento de la anterior[1]. Digamos que es la secuencia lógica en lo que estamos pensando sobre la purahua. Hablar de la purahua puede acarrear pensarla como una “alteridad radical”. Y ciertamente, es una alteridad. Pero si deslizamos el plano hacia la absoluta radicalidad nos encontramos con el solipsismo, no hay conversación posible, y la inconmensurabilidad, no hay posibilidad de medida, ni de comparación. Teniendo en mente estas dos objeciones es que avanzamos en nuestra propuesta para continuar pensando.

© Miguel Angel Cadenas 2012, el arco iris-purahua sobre el río Marañón

Dado que hemos identificado la “realidad” como un asunto de extrema importancia, conviene que precisemos algunos matices que nos parecen necesarios. Descartar la purahua como una creencia, y colocarla en el plano de la realidad, nos lleva a situarnos en lo que ha venido en llamarse el “giro ontológico”, un desplazamiento que se ha realizado en los últimos años y que se pregunta sobre la “realidad”. Este asunto nos parece de gran envergadura y, sobre todo, de gran actualidad.

En el tema de la hidrovía amazónica que nos ocupa, definir la “realidad” es un asunto de suma complejidad. Sin embargo, nos parece necesario realizar el esfuerzo si es que, en verdad, deseamos llegar a comprendernos. Afirmar que la “purahua” es real no significa todavía gran cosa. Hay que precisar lo que entendemos por realidad.

En primer lugar, que la purahua sea real no significa que sea una esencia. Dado su carácter transformativo, las cosmologías indígenas son todo menos esencialistas. En kukama, por ejemplo, no existe un término para “ser” ni “estar”, sino que hay múltiples palabras: ser largo, ipuku; ser bravo, uyaru; ser bajo, turu…; estar cerca, amutsewe; estar encendido, tsene; estar nublado, tsawe… Tomar la purahua como una esencia, además de no corresponder al pensamiento indígena, implica situarse fuera del tiempo y de la historia. Pero, sobre todo, nos sitúa en el laberinto de la inconmensurabilidad. De ahí que hoy en día se prefiera abordar la realidad no tanto desde la esencia sino metodológicamente: a qué nos referimos cuando utilizamos la palabra “realidad”. De hecho, tanto occidentales como indígenas, apelamos a la “realidad”. Sólo que “realidad” es un concepto equívoco y sólo podemos llegar a “controlar esa equivocidad”. Para los occidentales la realidad está conformada por protones…; y para los indígenas, la realidad es la purahua. Por tanto, es necesario que digamos qué comprendemos por “realidad”.

La conversación, en nuestra opinión, no es tanto si la realidad está constituida por protones… o por la purahua. Llevado el diálogo en estos términos se vuelve inconmensurable. Pero no todas las puertas permanecen cerradas. Podemos encontrar una salida preguntando por posibles puntos de contacto entre una realidad compuesta de protones… y/o sostenida por la purahua. A nosotros nos parece que, en tiempos de cambio climático, una posible salida, pudiera consistir en mantener el planeta en las mejores circunstancias posibles para las siguientes generaciones. La percepción del planeta como un “ser vivo” sería un posible contacto con otro “ser vivo” como la purahua. Acá hay toda una línea de conversación interesante, que merece la pena explorarse. No se trata únicamente de comparar ontologías, sino que la comparación ya es una ontología. En este sentido conjuramos la apoliticidad que algunos le atribuyen al “giro ontológico”, y convertimos la política en “cosmopolítica”: una política donde intervienen todos los seres del cosmos. Por ejemplo, la purahua hizo que los jueces sentenciaran la obligación de la consulta previa al Estado peruano.

© Manolo Berjón 2014, el arco iris-purahua sobre el río Marañón


Si la purahua no es una esencia, entonces, ¿qué es? Una pregunta como la anterior todavía depende de una ontología occidental. Ya hemos dicho que en kukama no existen los términos “ser” y “estar”. Más conveniente que preguntar por el “ser” nos parece rastrear el “llegar a ser con”. Va más allá de la pura relación. En la relación se produce un devenir, un “llegar a ser con”. Esta tendencia es la que nos parece sugerente. Pues bien, para el caso de la purahua el “llegar a ser con” implica que la purahua es el fundamento de la realidad del pueblo kukama. Pero, si las personas nos comportamos mal, por exceso de ruido, por cavar el río (dragado)…, la purahua se retira y el río se seca. Cuando el mal se hace insoportable el mundo se voltea: los seres que hay debajo del agua pasan a este mundo y nosotros nos introducimos dentro del agua. Y comienza una nueva era, hasta que el mundo se va maleando y de nuevo surge otra volteada del mundo. Este “llegar a ser con” no significa que la purahua depende de la creencia de la gente. Ya hemos dejado en claro en la nota anterior que la purahua no es una creencia, sino que es la misma realidad.

La conversación también es otro término cargado occidentalmente. Con el método de “equivocación controlada” nos conviene tener en cuenta a qué nos referimos tanto los occidentales como los indígenas cuando hablamos de dialogar, conversar… Sólo controlando la equivocidad podemos encontrar un camino de comprensión mutua (si es que se tratara de comprendernos). Las ideologías del lenguaje de los idiomas occidentales e indígenas son muy diferentes[2]. Reflexiones similares se pueden realizar en torno al lote 116 o cualquier tema donde estén involucrados pueblos indígenas, teniendo en cuenta la especificidad de cada pueblo indígena y huyendo de la homogeneización. Comprender estas situaciones desde la interculturalidad implica aceptar este tipo de realidades como creencias, algo que hemos desechado en estas notas. No se trata de interculturalidad, sino de un giro ontológico. Estas batallas ontológicas han sido caracterizadas como una guerra de guerrillas. Es suficiente por hoy.

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