Iquitos, 9 de septiembre de 2016
1.-
El Estado tendría que
proporcionar información fidedigna a sus ciudadanos, no lo hace. Pero esta
desinformación sistemática conlleva no prepararse para las emergencias. Siempre
sufren los mismos: la población indígena local. Las autoridades de la comunidad
de Nueva Santa Rosa de Urarinas patrullan por el oleoducto. Sería muy sencillo
llegar a acuerdos con las comunidades involucradas para que vigilen el oleoducto
y se puedan subsanar antes de que suceda una catástrofe. Es posible hacerlo con
un incentivo económico adecuado. No digan que no se puede hacer. Se gasta mucho
más en limpiar los derrames y el impacto al medio ambiente y a las comunidades
es calamitoso. Ahora que se remodela Petroperú sería conveniente que se tenga
en cuenta los conocimientos locales.
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
2.-
La muerte ronda. Nadie llora. Se
congela la respiración. Mañana no habrá pescado, eso para nosotros que iremos
al mercado no supone mucho. Las gentes del Marañón dedicarán más tiempo a
pescar, encontrarán menos y serán más pobres. Aumentarán los conflictos y la
brujería. Mientras los técnicos de Petroperú descansan o duermen.
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
© Diana Cahuaza Quicube, septiembre 2016
3.-
Las comunidades indígenas son
dueñas de su territorio, ¿o no? El oleoducto atraviesa su territorio y lo único
que reciben son unos cuadernos y unos lapiceros cada año y medio por parte de
Petroperú. ¡Vaya ganancia! Disculpen, hay que sumar la barrera ecológica que
supone el “canal del oleoducto”, y los continuos derrames. La brutal discriminación
hace daño.
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
4.-
Cuánto nos gustaría que el directorio
de Petroperú comentara estas fotos. A ser posible en un ambiente cálido,
familiar, con una copa de whisky en la mano. Sin presión, sin medios de
comunicación, sin cortapisas. Con desparpajo, como se hace en una conversación
entre amigos. Eso sí, una conversación educada, de altura, con palabras
pomposas y hasta un poco de poesía. Para hacer más íntima la reunión nos
podemos pintar la cara de copé (brea, petróleo), para que brille.
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
5.-
No seamos ingenuos, no todo se
ve. La mayoría de los puntos críticos son invisibles, lo cual no implica que
dejen de ser mortíferos. Semanas, e incluso meses, antes de que sea visible un
derrame se filtran líquidos letales por las pequeñas fisuras. Esperar al
derrame implica llegar tarde, demasiado tarde.
Una ciudadanía adulta necesita
una información adecuada. Seguiremos esperando, tenemos duda que el gobierno
nos la proporcione. Nos hemos acostumbrado a los derrames en el Oleoducto
Nor-peruano. ¿Cuándo y dónde será el siguiente?
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
© Pablo Silva Salinas y Segundo Silva Salinas, septiembre 2016
Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
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