Manolo Berjón
Miguel Angel Cadenas
Parroquia Inmaculada
El día 15 de julio de 2019 hubo
un incendio en Paraíso, una junta vecinal dentro del puerto de Masusa. Se han
quemado entre 30 y 40 casas, ¡bien quemadas! Algunos indicaban que eran 33
casas, otros 43 y no faltó quien afirmaba que eran 80 casas. Las cifras, siendo
importantes, nos parece que les corresponde a las autoridades proporcionar la
información oficial. Eso sí, advertimos que no son cifras, sino familias,
personas de carne y hueso las que están detrás.
Quisimos llegar a la zona de
Paraíso a través del mercado de Masusa. Ahí conocemos algunas personas. Nos
recibió una señora que estaba vendiendo, madre de uno de nuestros catequistas.
Nos mostró su preocupación y el miedo que pasaron, pero felizmente a su familia
no le pasó nada. Salimos del mercado a una calle interior, a visitar a una familia
donde llevábamos la comunión a un enfermo. Nos recibe la familia. Conversamos
un ratito y la señora se duerme en medio de la conversación, han sido horas muy
intensas. La noche del incendio no ha dormido nada. Nos despedimos. Ellos
tampoco han sido afectados, pero 50 metros más allá aparece la desolación.
© Manolo Berjón, julio 2019
Vemos ollas comunes y reparto de
agua. Las casas están completamente calcinadas. Un grupo de gente comenta. Un
borrachito habla: “¿por qué Diosito nos ha castigado?”. Nadie contesta. Nos acercamos a un policía y nos
presentamos. Responde amablemente algunas de nuestras preguntas. Vemos varios
motocarros quemados y comenta el policía: “posiblemente ya no tengan con qué
trabajar”. Nos despedimos del policía y continuamos. Vemos a un periodista de
un medio conocido paseando por la zona y haciendo algunas fotos. Nos saludamos.
Conversamos brevemente y continuamos cada uno con nuestra tarea.
Una dirigente vecinal que
conocemos se acerca a nosotros. Ella tampoco ha sido afectada, pero ha venido a
visitar a unos amigos y traerles algo de apoyo. Continuamos el recorrido. Se
acerca una pareja de edad intermedia. Nos reconocen. “Padres, nos hemos quedado
sin nada”. “Se ha quemado hasta mi certificado de matrimonio”. “Usted nos ha
casado el año pasado”. “Mis hijos están bien, pero sólo estamos ropa encima”.
Conversamos un ratito, les consolamos. Nos despedimos con un abrazo.
Continuamos el recorrido, vamos a visitar las carpas que están en el puerto de
Masusa.
Nadie llora, ha pasado el tiempo
de la desesperación. Sin embargo, la preocupación es intensa. ¿Qué hacer? Lo primero es un lugar donde
estar, ropa y frazadas para pasar la noche, alimentos y agua. Poco a poco
comenzará la reconstrucción. En primer lugar, la vida, después la casa y lo
demás. Se han quedado sin nada. Documentos destruidos. Seguramente muchas
familias han perdido sus documentos de identidad (DNI), certificados de
matrimonio, de estudios…
APARECEN LAS PREGUNTAS
¿Por qué tantas casas quemadas?
Los vecinos indicaban que no podían entrar los bomberos, que se atollaban. La
calle Los Rosales está pavimentada y llega hasta el puerto. Después hay que
girar a la izquierda y esta calle está llena de barro y baches. Es una calle
que utilizan las madereras y está en pésimas condiciones. El camión de bomberos
se atascó. Tuvieron que empujar los vecinos, mientras tanto el fuego se propagó
rápidamente. Otros indicaban que no había agua suficiente para apagar el
incendio, así señalan también los diarios. Estamos al lado del Itaya-Amazonas,
a escasos metros. Aparecen las asimetrías.
© Manolo Berjón, julio 2019
Los espacios donde vive la gente
humilde están al margen del proceso de urbanización. Esto es lo que nos señala
un incendio de estas características. Si las calles estuvieran en buenas
condiciones, y no hubiera callejones sin salida, sería mucho más fácil apagar
un incendio. Pero la calle que se quemó es un callejón. Y el acceso, como
estamos indicando, es problemático. Un incendio de estas características nos
muestra la falta de planificación urbana. Como si la gente humilde no importara.
En otras palabras, nadie estamos
ajenos a un incendio. Pero las familias humildes están más expuestas cuando
sucede un evento de este tipo. Los procesos de urbanización truncados
dificultan la ayuda. Si el acceso hubiera sido adecuado no se hubieran quemado
tantas casas. En los lugares donde habita la clase media, con mejores
condiciones de acceso, un incendio se puede apagar más rápidamente, afecta a
menos familias. De igual manera sucede también con la reconstrucción. Hay que
reconstruir, pero una familia humilde, aunque haya perdido poco, es todo lo que
poseen. Por tanto, aunque en términos absolutos no sea una gran pérdida
económica, en términos afectivos es despojarse de todo. De todo lo que han ido
adquiriendo con trabajo, con esfuerzo, con sufrimiento. No hay duda que la
relación de la gente con las cosas es diferente. La clase media puede comprar
otras cosas, y afectivamente pueden estar más desapegados, pero la gente
humilde suele tener un mayor apego a las cosas. Una cosa no es simplemente un
objeto, sino un “objeto afectado”, un “objeto con afecto/s”, un “objeto con
vínculos sociales”.
Antes de terminar nos gustaría
señalar la capacidad de resiliencia de la gente. Su capacidad para afrontar la
dificultad, el imprevisto… es enorme. Y esa es una gran fuente de energía para
una sociedad. Apoyemos a los damnificados. Será un suceso que marque su vida.
Seamos generosos, pero sobre todo inteligentes. Que este episodio nos sirva
para pensar la ciudad, para pensar el urbanismo en una ciudad como Iquitos,
donde las grandes periferias sufren todo tipo de discriminaciones. Este
incendio señala las asimetrías, la falta de previsión de catástrofes, el pésimo
acceso de los bomberos, la falta de agua potable, de desagües… en que habitan
todas estas familias. Familias que, en su mayoría han venido de los ríos
amazónicos, buscando mejor calidad educativa y sanitaria, entre otros. Y se
encuentran atrapados en zonas con difícil acceso y malas condiciones de vida.
Hay quien habla de desigualdad
social. Sin embargo, algunos teóricos están utilizando términos mucho más duros
para describir las condiciones en las que vivimos: “violencias (re)encubiertas”
(Silvia Rivera Cusicanqui), “expulsiones” (Saskia Sassen), “vidas
desperdiciadas” (Zygmunt Baumann) o “descartados” (Papa Francisco), por citar
solo algunos. Estos mismos teóricos señalan que los hijos de las clases medias
viven peor que sus padres.